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La historia tecnológica no es retroactiva/ Barreiro, J.
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360. revista de alta velocidad
Es un decir que los refranes encierran sabiduría popular. Pero sólo es un decir. Porque casi siempre
es posible encontrar uno que desdiga a otro. Aunque también es cierto que esto puede deberse no
tanto a la imprecisión de los refranes mismos, como al hecho incuestionable de que la sabiduría
sea poliédrica. Vamos: que todo es relativo.
Uno de los refranes más comúnmente repetidos es el que advierte de que “nunca segundas partes
fueron buenas”. Pero he podido oírlo recientemente en una aplicación que no es afortunada. Se
refería quien lo argüía a las innovaciones tecnológicas que, según él, estaban pendientes en España,
cuyo modelo productivo, decía, peca de deficiencias debidas a “no haberse limitado a seguir la
pauta señalada por los países más avanzados que ella”, cuyo éxito ya está probado. Así, España, a
modo de país subordinado, tendría su historia económica pre escrita, según el guión de las naciones
que tuvieron más fortuna que ella desde la Primera Revolución Industrial para acá.
La Historia no es retroactiva
Por suerte, la Historia no se escribe así. Incluso me atrevería a decir que en ese terreno ni
siquiera hay segundas partes. No es posible limitarse a seguir a nadie. Algunos economistas, como
1
el otrora muy citado W.W. Rostow , creyeron que sí, y aconsejaban a los países atrasados del siglo
XX un copia y pega de la experiencia de aquella Revolución Industrial en el Occidente del siglo XIX.
Muchos historiadores de la economía ya demostraron sobradamente hasta qué punto era falso el
supuesto de que siempre era posible encontrar una senda de crecimiento económico sobre otra ya
pisada. Sería un exceso citar siquiera a algunos de los más sobresalientes. En realidad, hoy nadie
sostiene esa tesis.
Un momento puede ser la prolongación de su anterior, pero nunca su repetición. Cuando llegó el
de nuevas o segundas fases industrializadoras, ya no tenía sentido aplicar las mismas utilidades
tecnológicas que se habían seguido en las primeras experiencias; estaban disponibles otras
mejoradas, más flexibles, menos onerosas y más eficientes. Ya no venía a cuento, tampoco, luchar
por los mismos mercados y competir con los mismos productos, con los que habían abierto el mundo
al capitalismo los afanados primeros emprendedores industriales; eran otros los clientes, otras sus
demandas y otras sus capacidades de pago. Incluso, más humildemente, de una fase a otra se
introducen modificaciones tecnológicas aunque sólo sea por mera adaptación de las tecnologías
disponibles a las circunstancias cambiantes.
Cada equis años la economía y el mundo, por así decirlo, cambian de contexto tecnológico. Casi
como si fuesen generaciones de humanos. Y los contextos tecnológicos tampoco son retroactivos.
Reinstalar tecnología usada y abandonada por los países ricos en países pobres, como ha llegado a
hacerse, con la esperanza de que sirviese de acicate al desarrollo, siguiendo estos la misma senda
que habían tomado antes aquellos otros, no sirve. Los receptores de los “viejos trastos” nunca
alcanzaron siquiera niveles mínimos de competitividad. Parches internos, como mucho. Pero no
desarrollo económico. Cada momento tiene su solución; es lo que hay.
Lo viejo es rígido, lo nuevo flexible
Esta también es la razón de que los procesos industrializadores primigenios incluso acaben
perdiendo competitividad a favor de otros más rezagados pero renovados, presos los primeros de
las mayores rigideces de los equipamientos tecnológicos con que se irguieron, no siempre fáciles
de sustituir: la renovación de una economía industrial de primer momento resultaría doblemente
onerosa respecto de la más tardía, pues debería incluir, además de la inversión en las últimas
1 ROSTOW, W.W. (1960): Las etapas del crecimiento económico, México, Fondo de Cultura Económica.
40 360.revista de alta velocidad/ número 2 • mayo 2012